San Roque, un santo con olor a Evangelio
Escrito por el Hno. Constantino De Bellis, Procurador de San Roque
1) LA CRUZ Al nacer, tenía san Roque el signo de una cruz sobre el pecho, que se le quedó ahí grabado para siempre. Un hecho insólito que, visto con los ojos de la fe, era una fuente de gracia. Un hecho común a cada uno de nosotros que fuimos introducidos en la vida del Espíritu con el signo de la cruz, sello de Cristo, el día de nuestro Bautismo. Es también para nosotros un signo de gracia en la fe, en unión con la Iglesia. No fuimos colocados en dos vías distintas. Lo distinto es el modo de ver esa cruz. Hasta cristianos devotos, de moral íntegra, cuántas páginas del Evangelio pasan por alto a causa de no pocas distracciones humanas. Así, en adelante nuestro comportamiento no podrá ajustarse a la palabra del Señor. Acordémonos que aquel sello de amor con el que Cristo nos unió a Él, jamás podrá ser cancelado de nuestro espíritu sino espera que demos testimonio de él en nuestra vida. No debemos ir hasta los confines del mundo para hacer el bien; estos confines están, a veces, en nuestras propias casas, donde sabemos que existe el sufrimiento y la necesidad; los podemos traspasar allí donde se espera aunque sea una sola palabra de consuelo, donde se vive en el abandono y en la soledad. A cuántas otras cosas nos llama la salvación de la cruz para que nos sintamos, cada vez más, dignos hijos de Dios. Recordemos entonces el ejemplo de San Roque, quien supo cargar su propia cruz y aligerar la de los demás.
2) EL VALOR DE LAS RIQUEZAS En el Evangelio de san Marcos se nos dice que un hombre, quien pensaba que vivía rectamente, quiso asegurarse de merecer la vida eterna. Le preguntó a Jesús qué cosa debía hacer. Y Jesús le respondió: “Vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme”. Aquel hombre se marchó entristecido porque poseía muchos bienes (cfr. Mc 10, 17-22), no siguió al Señor sino que retomó su camino sembrado de riquezas. El Evangelio no añade, en este pasaje, si aquel brillo engañador le iluminó el camino de la salvación. Roque sí comprendió bien las palabras del Señor: vendió todos sus bienes, los repartió a los pobres y se hizo siervo de Cristo. Un gesto que tuvo su gran valor no en base a la cantidad de riquezas poseídas sino porque Roque, en su espíritu cristiano, no dio preferencia a los bienes materiales ni los puso en primer lugar como hacen aquellos que tienen su corazón donde esconden su tesoro. Esos jamás sabrán que el placer de dar, aunque sea un poquito, a quien nada tiene, es mayor que el recibir ese signo de amor. Aunque no recibamos el agradecimiento humano, estemos seguros de que vendrá de Cristo y en una medida mucho más abundante. “Todo cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40).
3) EL VOTO DE HUMILDAD Una vez que Roque se había liberado de toda herencia económica, quedaba solamente el heredero de una ilustre dinastía que, aún sin riquezas, le hubiera permitido una prestigiosa posición en la mejor sociedad de Francia. Pero Roque había elegido la vida de humildad, esa virtud que representa la nobleza del espíritu y del comportamiento, tan importante, que determinó la elección de María para ser la Madre del Hijo de Dios. Así que Roque hizo voto de vivir en el anonimato para evitar cualquier privilegio o distinción por la nobleza de su rango. Se anonadó a sí mismo para ser solamente un servidor de Cristo.
Reflexionemos sobre nuestra vida jQué abismal diferencia vemos, con frecuencia, en las actitudes humanas! No solamente falta la humildad, sino que la soberbia rebasa y, lo que es todavía peor, brilla por su ausencia una mirada caritativa. ¿Hemos contemplado alguna vez una cruz para meditar que, si bien es verdad que nos recuerda la salvación, nos recuerda también lo efímero y la fragilidad de la vida terrena? ¿Hemos meditado alguna vez que, con todo y nuestra arrogante vanagloria no podremos cambiar ni un solo granito del polvo con el que fuimos hechos y al cual volveremos? Que San Roque nos ilumine y nos ayude a entender que, junto a otras muchas virtudes cristianas, la humildad es capaz de ofrecernos una alegría infinita con tan sólo un gesto de amor.
Roque, el buen samaritano (ama a tu prójimo como a ti mismo) La ayuda a los hermanos sufrientes fue para San Roque la motivación básica de su actividad en nombre de Cristo. Un motivo que nace con el hombre, criatura de Dios. Podemos comprender entonces la respuesta dada por Jesús a los doctores de la ley cuando le preguntaron cuál era el mandamiento más grande. Jesús precisa que el primero y el segundo mandamiento son semejantes: “Amarás al Señor tu Dios...”, “Amarás a tu prójimo...”. Para confirmar el amor que Dios quiere que reine entre sus criaturas, Jesús mismo se hace presente en el hombre que sufre, y afirma que cada una de las obras de caridad realizadas a uno de ellos, han sido hechas a El. Volver la espalda a estos hermanos que llevan cargando una cruz y no ser sus cirineos para ayudarles, equivale a volver la espalda al mismo Jesús que fue el primero en ofrecer la vida por la redención y salvación del hombre. Desgraciadamente escapa a la atención de muchos, distraídos por otras realidades, lo precioso que es a los ojos del Señor actuar en Su nombre, como buen samaritano. Es una acción que consuela nuestro espíritu y lo nutre de amor. Es tan grande que, si intentáramos equipararlos con los dones de Jesús, tendríamos que pensar en la Cruz y en la Eucaristía. San Roque comprendió muy bien el valor de este empeño y quiso realizarlo a pesar de los sacrificios que conlleva. Dios mismo actuó con él mediante el don de los milagros. Que San Roque nos ayude a alcanzar un profundo conocimiento de nuestro ser cristianos.
Fidelidad heroica de san Roque a una promesa hecha a Dios El santo prefirió la cárcel antes que faltar al voto hecho a Dios. Se había comprometido a pasar desapercibido en el mundo. Recordemos el episodio. Aquel peregrino desarrapado fue arrestado por los gendarmes creyendo que era un espía. Interrogado sobre su identidad, respondió que era sencillamente un servidor de Cristo. La vaga respuesta aumentó aún más las sospechas y lo encarcelaron. Si hubiese revelado la nobleza de su estirpe, se hubiera salvado.
Reflexionemos sobre nuestros deberes Meditemos sobre esta decisión, indudablemente heroica, y en perfecta coherencia con el voto expresado. Aún más solemnes son los deberes que derivan del Bautismo y de la Confirmación. Nunca conoceremos bastante las responsabilidades que nos competen desde que, por la gracia de los Sacramentos, llegamos a ser criaturas nuevas, unidas a Dios e incorporadas a la Iglesia. Al oir al sacerdote que, desde el altar, nos exhorta al cumplimiento de nuestros deberes, sabemos que es la voz misma de Cristo que llega hasta nosotros por medio de su ministro, como si fuera Pedro, delegado de Él. Nos indican un camino difícil, pero posible y glorioso. Es verdad que la santidad está al alcance de todos, pero también es verdad que requiere una disponibilidad incondicional para seguir el camino trazado por Cristo. Si no somos capaces de subir la escala que conduce a la santidad, al menos esforcémonos por subir aunque sea un peldaño. Son muchas las ocasiones que se nos presentan para gozar de esta alegría. Invoquemos la intercesión de la Virgen María y de San Roque para obtener la gracia de ser mejores.
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