LA FE CRISTIANA

La diferencia entre cristianos y no cristianos es la siguiente: los cristianos saben vivir en el mundo “al estilo de Cristo”; los no cristianos no saben. Los cristianos lo saben precisamente porque han conocido a Cristo y creen en Él, en sus enseñanzas, en su modo de vivir la existencia humana, y tratan de asimilarla y vivirla con coherencia. A este conocimiento se le llama fe cristiana.
La fe es un “don”, el don de poder vivir con Cristo y como Cristo, en lugar de abandonarse a sí mismos. Pero recordemos que el Evangelio de Jesucristo –su persona, su doctrina, su vida- no está reservado sólo a los cristianos, sino que ha de predicarse en todo el mundo, esto es, objetivamente está destinado a todos los hombres, a fin de que todos tengan la posibilidad de recibir la fe.
En esta perspectiva, la expresión ‘la fe es un don’ no ha de entenderse que aquél a quien se le ha dado, se le ha dado, y aquél que no la ha recibido, no puede hacer nada para tenerla. Quien lo ha recibido debe considerarlo como un doble don; pero quien no lo tiene, puede siempre tratar de buscarlo y encontrarlo. En todo caso, el don de la fe no ha de considerarse como un privilegio, o garantía, o aseguración; más bien ha de entenderse como asumir una responsabilidad que compromete a demostrar y a enseñar a los demás lo que se sabe gracias a la fe, esto es, que el mundo en que vivimos no carece de sentido, sino que su sentido se ilumina en función de Jesucristo, y coherentemente la existencia que vivimos asume su pleno sentido solamente si la vivimos como la ha vivido Jesucristo. En su reciente carta apostólica Porta Fidei, el Santo Padre nos recuerda que la “Puerta de la Fe”, que introduce a la vida de comunión con Dios y permite entrar en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros; atravesar esa puerta trae consigo adentrarse en un camino que dura toda la vida. Ese camino comienza en el Bautismo y concluye con el paso de la muerte a la vida eterna”.

Debemos encontrar nuevamente el gusto de nutrirnos con la Palabra de Dios transmitida por la Iglesia de manera fiel, y del Pan de vida, ofrecido como sustento a todos sus discípulos. De hecho, la enseñanza de Jesús aún resuena en nuestros días con la misma fuerza: “Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna” (Jn 6, 27).

Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería Madre de Dios, en la obediencia y en el sacrificio.
Por la fe, los Apóstoles dejaron todo para seguir al Maestro.
Por la fe, los mártires dieron su vida.
Por la fe, hombres y mujeres han consagrado su vida a Cristo, dejándolo todo para vivir en la sencillez evangélica la obediencia, la pobreza y la castidad.
Por la fe, a lo largo de los siglos, hombres y mujeres de todas las edades han confesado la belleza de seguir al Señor Jesús en el lugar donde eran llamados a dar testimonio de su ser de cristianos, y de esto San Roque es un esplendente ejemplo.
Por la fe vivimos también nosotros: para el reconocimiento vivo del Señor Jesús, presente en nuestra existencia y en la historia.